Playas (海 / umi)

Uno de los road trips más tranquilos y extraños que he hecho fue por la península de Noto, en la prefectura de Ishikawa. Alquilamos uno de esos coches de juguete japoneses y empezamos a quemar carretera cruzando pueblecitos apartados y vetustos, localidades turísticas olvidadas y costas salvajes y escarpadas. Como buen hijo de la Costa Brava que soy, las escasas playas de arena al fondo de los acantilados me llamaban cual sirena a Ulises, así que al final aparcamos el coche, encontramos un camino para bajar y, aunque la total ausencia de japoneses nos tenía que haber hecho desconfiar, nos tiramos corriendo al agua. Pronto entendimos que aquel paraíso de postal no era tal, que la arena estaba llena de bichos que picaban y mordían, y que en el agua te entraba una sensación desapacible de difuso peligro. Aquello era el mar de Japón y no el amable Mediterráneo, y quién sabe lo que podría haber. De repente empecé a entender la ambigua relación de los japoneses con las playas.

Takeshi Kitano, Hanabi
o la playa como final

A pesar de ser un archipiélago de tropecientas islas, el país del sol naciente no es exactamente el paradigma del destino turístico de sol y playa. Según algunas cifras, en sus felices y despreocupados años ochenta, unos 10 millones de japoneses iban a la playa cada año. Tras cuatro décadas de concienciación sobre los riesgos del cáncer de piel, cayeron a poco más de 5 millones. Lejos pues de otras formas de recreo masivas como el turismo termal o el de montaña. Cuando se intenta dar alguna explicación a esta falta de entusiasmo, se suele invocar el carácter supuestamente obediente de la población, que jamás se bañaría en una playa sin vigilancia o no autorizada, más aún en un mar percibido como algo peligroso. También su carácter gregario que derivaría en una marcada estacionalidad de las actividades turísticas: como por arte de magia, el uno de septiembre, las abarrotadísimas playas a las que sí huyen los tokiotas para escapar de su tórrido mes de agosto  quedan total y absolutamente desiertas. En esos páramos desolados termina a menudo la desesperada huida de los personajes trágicos en muchas películas…

Rumiko Takahashi, Ranma 1/2

Todos tenemos sin embargo en mente el impacto que producían en nuestras adolescentes cabezas aquellos capítulos de playa de los anime, pasaje obligado de todas las comedias estudiantiles, derroche de sensualidad en los que se nos regalaban muchísimos más centímetros de piel de nuestros héroes y heroínas preferidos de lo habitual, así como un derroche de modelitos veraniegos. Para qué negarlo, alegrar la vista de los fans es sin duda la principal razón de ser de esos capítulos. Aunque también obedecen a una lógica narrativa clara. Como es sabido, en Japón, el verano interrumpe el curso escolar. Luego la excursión a la playa de los estudiantes de instituto interrumpe también sus rutinas y les exige salir de su zona de confort. A medida que caen las capas de ropa, se desnudan también los sentimientos de los personajes, lo que permite esperar que se rompa ese equilibrio precario sobre el que se funda toda dinámica de tensión sexual no resuelta. ¿Se declarará por fin Ranma a Akane en este capítulo 374 especial playero de la trigésimo segunda temporada?

Rumiko Takahashi, Urusei Yatsura
o Ataru tenías que haber reservado un hotel más caro
CLAMP, Card Captor Sakura
o la prueba del miedo de Sakura

Quizá menos omnipresentes en las comedias estudiantiles pero tal vez más interesantes son las historias de fantasmas marítimos. Lamu y Ataru y su grupo de amigos han ido de excursión a la playa y deciden pasar la noche allí, en un Ryokan tradicional algo viejo y apartado, pero mucho más barato que los hoteles modernos y con una recepcionista extraordinariamente bella pero algo inquietante. O Sakura y sus amigas, también de excursión con el cole, deciden irse a contar historias de miedo al atardecer en una de esas cuevas que se pueden ver debajo de los acantilados, cuando hay marea baja. Cómo acaba la cosa, ya podemos imaginárnoslo. El verano es, en Japón, la estación de los fantasmas y de los yokai, el momento en que las puertas que separan nuestro mundo y el suyo son más permeables y que celebran los Matsuri, festivales veraniegos de marcado corte sintoísta, a modo de alegre exorcismo. También el mar está, en el imaginario japonés, íntimamente relacionado con la muerte, con el suicidio femenino en particular, lanzándose esa hermosa mujer desengañada en kimono desde lo alto de un peñasco, y con toda clase de peligros sobrenaturales en general, preferiblemente de viscosos tentáculos. Verano y mar son pues la combinación ideal para que nuestros jóvenes héroes pasen un poco de miedo a modo de rito iniciático.

Hokusai, El sueño de la mujer del pescador
Shotaro Ishinomori, Sabu y Ichi

Y así pasa el bullicioso verano y al llegar septiembre se vacían las playas. ¿Qué tipo de marginados y excomuniados siguen poblando esos parajes abandonados durante los largos meses que faltan hasta el siguiente mes de julio? Pues los yakuzas extraviados de Takeshi Kitano que vienen a finiquitar su aventura existencialista a orillas de un mar que no les ofrece ninguna respuesta. Las mujeres pescadoras de le era Edo, arquetipo de la mujer salvaje y peligrosa, que Hokusai inmortalizó en el Sueño de la mujer del pescador. Y con los pescadores, los piratas, peligro ancestral en el mar interior y sus innumerables islas. O los samuráis y ronins cruzando sus katanas al alba y muriendo mientras la arena y las olas absorben su sangre y la devuelven a la mar que es el morir.  

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