En 1952, con Japón empezando a duras penas a levantarse de la miseria de la posguerra, un joven médico, Osamu Tezuka, sienta las bases del manga con su Tetsuwan Atom, adaptación oriental del mito de Pinocchio. El protagonista, un robot-muñeco creado por un científico a imagen de su hijo fallecido en un accidente y abandonado luego al comprobar que nunca podrá crecer, le sirve a Tezuka para empezar a desarrollar la que será la gran pregunta que atraviesa su obra: ¿en qué consiste ser humano? o más bien, ¿cómo podemos llamarnos humanos después de la segunda guerra mundial? Desde entonces, los muñecos pueblan las páginas más amables y las más lúgubres de los mangas. Son el espejo en el que Japón se mira, dobles más hermosos y estilizados que nosotros, pero sin alma, o con un alma incompleta. Objetos de la vida cotidiana, a medio camino entre lo animado y lo inanimado, que provocan desazón y malestar. Pero también objetos eróticos, a veces, fetiches comerciales y hasta talismanes mágicos. ¿De dónde viene esta extraña fascinación?

En la achinada corte imperial del periodo Heian (794-1185) era costumbre que los cortesanos ofrecieran muñecas a las princesas. Se trataba de dobles mágicos, que habían de protegerlas del infortunio, de la enfermedad y de los hechizos hostiles, algo así como un recipiente de todas las malas vibraciones. El ritual terminaba, como no, con la destrucción de la muñeca (en la hermosísima X de las CLAMP, la madre del protagonista era justamente la muñeca simbólica que recibía el daño que hacemos a la tierra, y su muerte no anunciaba nada bueno para nuestro planeta). Muchos siglos después, recuperada la paz tras las interminables guerras samuráis, se expandió durante el periodo Edo, por todo el país, la celebración del Hinamatsuri, la fiesta de las muñecas, todavía vigente hoy. Cada 3 de marzo, los padres exponen, en honor a sus hijas, una serie de muñecas ataviadas con las galas características de la corte de Heian. Son muñecas caras que evidentemente no acaban en la hoguera (un yen es un yen) pero que deben guardarse al final del día porque la superstición dice que, si no, la niña no hallará esposo. Empezamos con el mal rollo.

Abro un paréntesis que nos lleva algunos miles de kilómetros más al sur, a Tailandia, la otra tierra de las muñecas mágicas. Pasear por los suburbios tailandeses es cruzarse con miles de templos votivos en miniatura, en la entrada de cada casa, decorados para apaciguar a los ancestros con muñecas de apsaras bailando y otras criaturas protectoras. Aunque sin duda la costumbre más bizarra es la de los Kuman Thong, antiguamente fabricados a partir de fetos humanos y hoy en día simples muñecos talismán que se añaden a la larga lista de talismanes de un país adicto a ellos. Recientemente, una medium con sentido de los negocios ha tenido la buena idea de sacar una línea de lujo y personalizada, bautizada Luk Thep, que se ve causa furor entre el famoseo thai. En cualquier caso, tanto en Japón como en Tailandia, deshacerse de estos objetos tan cargados de poder espiritual es más complicado que tirarlos sencillamente a la basura, lo que desemboca en otro lucrativo mercado para los templos budistas, que tendrán que celebrar una especie ceremonia funeraria para esos pequeños dobles humanos.

¿puede amarse a una muñeca?
Si cargamos a esos pequeños trozos de plástico, madera o tela con suficiente alma para protegernos, el paso siguiente será lógicamente amarlos. No es un secreto que Japón es el país de las Love Dolls más inquietantemente humanas (y caras). Nuestra prensa, siempre ávida de rarezas y perversiones niponas, ya se ha encargado de documentar ampliamente el apetito del hombre japonés, maltrecho en su masculinidad, por esos seres dóciles y amables que se someten a sus deseos más íntimos (otro manga de las CLAMP, definitivamente sensibles al tema: Chobits, o la historia de amor de un Otaku introvertido con su robot-muñeca, en la estela de Video Girl Ai). Resultado, que si a los hombres les gustan las muñecas, las mujeres van comportarse como tal. Seguramente los códigos estéticos y de conducta que rigen universos tan lejanos como las Geisha o las Gothic Lolitas (algo así como la muñeca esa siniestra de la abuela hecha carne) hayan su raíz en esta fascinación. Y de ahí también su tendencia a la inmovilidad y a la parquedad en el habla.

¿Por qué lloras Miranjo?

Sin embargo, a partir de aquí empiezan a torcerse las cosas. La mujer es, en el imaginario japonés, y de hecho en todos los imaginarios tradicionales, ambivalente: tierna y dócil, pero también peligrosa y misteriosa, esa alteridad que el hombre no alcanza a comprender. Las muñecas llevarán esta dualidad a su último extremo. ¿Qué pensamientos no humanos se agitan detrás de esa cara inanimada? ¿Con qué criterios morales indescifrables se comportaría si cobrara vida? Pocas grandes sagas del manga no han tenido a una muñeca animada o un titiritero como gran antagonista en algún momento desde los inolvidables Sasori y Kankuro de Naruto hasta mi fav en estos momentos, la Miranjo de Ranking of Kings. El caso del titiritero en obras como Inu Yasha ofrece una última vuelta de tuerca al asunto pues con sus hilos consiguen transformar a la gente en simples marionetas, siendo el humano entonces el que imita al objeto.
Pequeña nota filológica final: en japonés muñeca se dice Ningyou (人形), con los kanjis de forma y de humano.
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