Tengo cierta debilidad por la traducción más común de “Urusei”, que casi siempre se convierte en los subtítulos de los animes en el imperativo “cállate”. En su sentido literal, se trata de un adjetivo que significa “ruidoso”. Aunque arrojado secamente a la cara de un interlocutor, subraya que sus palabras son eso, un ruido molesto e irritante, y expresa en consecuencia una enérgica invitación a cerrar la maldita boca. No es novedad la desconfianza de los japoneses hacia el lenguaje verbal. Parquedad en la palabra y gestión del silencio son cualidades apreciadas y atributos obligatorios del sabio. La mayoría de las religiones orientales (contrariamente a nuestras religiones del libro) repiten una y otra vez que las verdades espirituales no pueden ser expresadas por el habla. “El tao que se puede nombrar no es el tao” dicen unos. “El Buda está más allá de los caminos del habla” dicen otros. Probablemente en estos cimientos culturales se apoye el amplio abanico de estrategias de comunicación no verbal que han desarrollado los japoneses. De hecho, está extendida la convicción de que ellos, contrariamente a otras culturas, son capaces de entenderse sin mediar palabra. Más allá de este pensamiento algo mágico, conceptos ampliamente asentados como el “haragei” (habla del vientre) o el “ichi ieba ju wakaru” (decir una palabra y entender diez) se integran en las interacciones sociales del día a día y definen la idiosincrasia nipona. Luego, sin demasiadas sorpresas, los silencios astutamente empleados serán un elemento dramático de primera importancia en los mangas.

Empecemos con una paradoja. Entre las infinitas onomatopeyas de las que usan los mangakas en su afán obsesivo por catalogar los sonidos cotidianos, no podía faltar la onomatopeya del silencio. En japones, el silencio dice “shin”. Hoy en día se usan los alfabetos kana para escribirla. En la poesía clásica, cuando aún era shinshin, se podían usar tres kanjis, que aparecen en las múltiples palabras de las que dispone el idioma para decir silencio: 沈沈 con el kanji de sumergirse; 深深 con el kanji de profundo; 森森 con el kanji de bosque. Las imágenes son especialmente evocadoras. El silencio es esa materia liquida en la que te sumerges, concretamente el fondo de esa materia, o el fondo del bosque en el que escapar, por fin, del agobio de la sociedad.

En la obra de Miyazaki, encontramos dos secuencias de belleza deslumbrante que combinan estos tres elementos para dar una sensación de gran sosiego y harmonía. La primera, en Nausicaa del valle del viento. En medio del conflicto bélico que opone a los últimos estados de un mundo que se muere, el planeador de la heroína se estrella en el fondo del bosque de la corrupción en donde nada puede vivir, salvo gigantescos insectos y hongos. Sin embargo, por debajo de ese inhóspito entorno, los supervivientes descubren un bosque ya cristalizado y petrificado, de aire y aguas purificados, sin las miasmas venenosas de la superficie, un lugar eternamente silencioso cuya función es regenerar la tierra. Un espacio posterior a la palabra y a la humanidad. Otra escena similar, en La Princesa Monoke. También aquí andan matándose sin cesar humanos y jabalíes gigantes en insoluble conflicto. La última batalla ha sido sangrienta, nuestro héroe está herido. ¡Qué sorpresa, al despertar, hallarse en el corazón mismo del bosque/lago! Es allí donde mora el inefable dios ciervo, personificación del bosque, de cuyas huellas nacen flores. El sancta sanctorum, un espacio anterior a la palabra y a la humanidad, el espacio de las divinidades primitivas.

Cambiemos radicalmente de registro. Scott McCloud es fácilmente uno de los dibujantes-teóricos del cómic más conocidos y nunca ha escondido su amor por los mangas. En su obra de referencia Understanding Comics, define el medio como Arte Secuencial: la esencia del arte de narrar en cómic estaría en ese espacio que existe entre las viñetas, el gutter, que la imaginación del lector completa. Se divierte entonces en desgranar una tipología de gutters, o transiciones entre viñetas, como por ejemplo la transición momento a momento, acción a acción o tema a tema. Por último, establece la que según él es la transición más característica del manga, la transición aspecto a aspecto. No hay aquí micro elipsis de ningún tipo entre la secuencia de viñetas. Como si el momento expuesto se dilatara en el tiempo, o incluso como si el tiempo se detuviera, cada viñeta ofrece un aspecto del mismo fenómeno que acaba así fragmentado en múltiples puntos de vista. Tampoco suele haber diálogo, ya que eso implicaría, inevitablemente, cierta temporalidad. No es exagerado decir que algunas de las composiciones de página más brillantes del Dios del manga Osamu Tezuka se apoyan en este tipo de transiciones. Y no sólo es bello y dramáticamente efectivo: también remite a esa idea japonesa de contener la eternidad en un único instante, algo parecido al Satori.

Están por último los personajes mudos. Uno de los hypes de este año ha sido Ranking of kings, cuyo protagonista es un adorable príncipe heredero sordomudo, capaz de adivinar los entresijos de las conspiraciones palaciegas al ver, justamente, más allá de la engañosa palabrería cortesana. Pero si hay un personaje mudo icónico en el mundo del manga, ese es Akira. En los 6 tomos que componen la saga, el niño dios con la capacidad para volar ciudades no pronunciará ni una palabra. Su silencio contrasta con la logorrea verbal que caracteriza la decadente Neo Tokyo. Los políticos corruptos hablan y hablan en inútiles gabinetes de crisis. Los profesores y policías lanzan interminables sermones a la ociosa banda de pandilleros que hace el papel de protagonista. El grupúsculo izquierdista terrorista al que pertenece Kay se desangra en inútiles debates estratégicos. En medio de este mar pegajoso de palabras, surge de las entrañas de la ciudad Akira, de impasible e impenetrable rostro, cuyo pensamiento nos será inaccesible hasta el final. Solo romperá su impavidez en una ocasión, el asesinato de su amigo Takahashi, dejando entonces escapar un desgarrador e interminable grito, casi inhumano, preludio de esa icónica explosión de luz blanca y negra, que destruye y regenera a la vez la ciudad, y de las extensas páginas que Katsuhiro Otomo nos regala de una ciudad en ruinas sumida por fin en el silencio total. Se presenta así en su versión más depurado uno de los motivos expresivos fundamentales del manga, el binomio silencio/grito, con su colección de mandíbulas desencajadas y ojos fuera de sus orbitas. No muy lejos anda la oposición entre los aullidos de Shinji Ikari y el silencio metálico e inexpresivo de EVAS y Ángeles en Evangelion.
Me ha encantado la entrada, súper fascinante la concepción japonesa del silencio.
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Hey! Gracias por comentar. Y bueno, sí, un elemento más que añadir a la larga lista de cosas fascinantes de Japón 😉
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