Máscaras. En los campos de batalla de la sangrienta era Sengoku y sobre los escenarios del teatro Noh. En los stands de los matsuri veraniegos y en las páginas de los mangas más cañeros, y hasta en las curvas y peligros de las conversaciones cotidianas. Máscaras de papier maché, de madera lacada, de arcilla, de cuero y, a veces, de cerámica. ¿Máscaras para camuflar una identidad o para construirse otra nueva? O, lo que es lo mismo, ¿para velar o para desvelar? Máscaras icónicas. La nariz roja y fálica del Tengu, los cuernos vengativos de la despechada Hannya, las inquietantes cejas pintadas de la cortesana, los bigotes bestializantes de las máscaras de combate de los samuráis, los hipnóticos y enormemente abiertos ojos de Hattori y los astutos ojos rasgados del zorro, o los inexpresivos ojos de mosca del Kamen Rider y de Ultraman. Encuentros fortuitos con máscaras perdidas desde los tiempos más oscuros que otorgan poderes maléficos o con máscaras de arco iris y de purpurina que despertarán la Magical Girl que duerme dentro de ti. ¿Qué se esconde detrás de la máscara?

o los pretendientes hablando a una cortina
Quizá, antes de la máscara, estuvo el velo. Asia es un continente de velos. Tradicionalmente, los espacios no se separan y configuran gracias a paredes opacas sino a biombos, puertas correderas de papel de arroz, celosías, persianillas, cortinillas y velos, que permiten una permeabilidad más grande y que esconden a la vista sin hacer desparecer totalmente. Protegido por el velo, el sancta sanctorum donde encontramos a las novias en el palanquín del desfile nupcial, o a las princesas y reinas de las distintas cortes y altas casas aristocráticas o incluso al mismísimo emperador. Desde allí, la princesa Kaguya observa a sus vanidosos pretendientes sin ser ella misma observada, solo su voz llega a ellos, y sus órdenes, vestidas con la autoridad inapelable que otorga lo misterioso. A veces, sin embargo, el velo se rasga dramáticamente y desvela lo que jamás hubiera debido ser desvelado: humillación suprema vivida como una violación simbólica. Penetrar físicamente en el espacio prohibido es quitar la máscara y penetrar también en el espacio psíquico de las emociones que debían permanecer secretas. Es EL tabú y, como tal, también uno de los pilares del erotismo japonés, muy dado a las situaciones que impliquen la vergüenza y su corolario, la rabia. “Hazukashi” (¡qué vergüenza!), pronunciado ruborizándose, seguramente la palabra más recurrente en el manga erótico….

o Seishirou Skurazuka con sus gafas-máscara
El fascinante mundo del “trabajo de caras” en las culturas asiáticas, que tanta tinta ha hecho correr a sociólogos y antropólogos. De hecho, la expresión “perder la cara” pasó directamente del chino a la mayoría de las lenguas europeas: allí, la cara se puede ganar, perder, aumentar, quitar, etc. La cara es el Mianzi, una especie de construcción social con el que el yo se presenta a los otros. Se japonizó como Mentsu, aunque ahora los japoneses suelen preferir usar la oposición entre Honne (本音, “el sonido verdadero”) y Tatemae (建前, “lo que se construye delante, la fachada”), es decir, entre los sentimientos y deseos auténticos de una persona y lo que es conveniente enseñar en público, cual máscara social. De ahí toda una serie de rituales y protocolos algo rígidos para asegurarse que todo el mundo conserva bien puesta su Tatemae y que nada perturba la harmonía social. De ahí también una casi infinita narrativa popular sobre el conflicto entre los dos, cuando los sentimientos desbordan y ponen en peligro el yo social. No es muy difícil adivinar que gran parte del shojo manga se funda en este tipo de premisas, siendo sin duda las adolescentes las que más sufren de este conflicto. Al debate interno de la heroína, hay que añadir el efecto de extrañeza e incluso peligro que produce el tatemae ajeno. Las Clamp, un colectivo de mujeres mangakas, se convirtieron en maestras explotando este sentimiento de extrañeza, mostrando siempre a unos personajes exquisitamente sonrientes y educados que siempre parecen esconder un oscuro secreto. El caso paradigmático es el Seishirou de Tokyo Babylon, que usa gafas a modo de máscara cuando quiere encarnar al amable novio de Subaru y que cuando se las quita desvela su condición de miembro del clan de asesinos Sakurazuka. Pero es que, admitámoslo, incluso en Card Captor Sakura, su obra más blanda y amable, todos esos personajes tan sonrientes daban algo de mal rollo.

En realidad, la máscara aparece desde el origen mismo del Shojo Manga, con la Princesa Caballero de Osamu Tezuka, la conocida historia de la hija de un rey educada y presentada al mundo como un varón para asegurar la continuidad dinástica. Si el nudo central ya se basa en un travestismo y una ocultación del Yo real, Tezuka le da otra vuelta de tuerca al asunto cuando la protagonista adopta un antifaz para sus aventuras nocturnas, tanto heroicas como amorosas. Una idea que tendrá una larga posteridad en el shojo, poblado de caballeros con antifaz: ante normas de control social cada vez más sofisticadas, en particular en lo que atañe a la mujer, el antifaz se convierte en el símbolo del anonimato que permite escapar de ellas. Y si se suele atribuir a Tezuka la paternidad del shojo con la Princesa Caballero, también se le suele atribuir la paternidad del shonen con Tetsuwan Atom (o Astro boy), un giro radical al concepto de máscaras: esta vez, la máscara es lo más reconociblemente humano del protagonista, y le sirve para esconder los circuitos y transistores que conforman su robótica cabeza.


La superposición de travestismo y de máscara es un caso particular de juego de identidades que no carece de interés. En el mundo de Naruto, donde la máscara es omnipresente (al fin y al cabo son ninjas y su objetivo no es otro que ver más allá de las apariencias, ocultándose al mismo tiempo a las miradas ajenas), la primera, memorable y traumática confrontación del héroe será con Haku, un andrógino adolescente que Naruto toma por una hermosa chica y que lleva una máscara similar a las de la Opera china. Otro caso evocador es de las caballeras de plata mujeres en Saint Seiya. A diferencia de sus compañeros varones, Marin o Shaina cubren siempre su rostro una inexpresiva máscara, el precio que han de pagar por adoptar un rol reservado a los hombres. Durante su combate con Seiya, la máscara de Shaina cae al suelo durante un climax dramático. Al igual que los velos rasgados, esa súbita exposición pública de su intimidad resulta violentamente humillante para la rival, cuyo odio por Seiya se decuplica. Pero esta explosión incontrolada de emociones también esconde algo placenteramente erótico, el final del rígido autocontrol que se autoinfligía. Lo que explica que el odio hacia Seiya lentamente se mude en amor.
Oye y de quién es la máscara esa en la foto del señor que tiene la boca de un lado ?
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Es Hyottoko. se supone que está soplando por una caña de bambú y encendiendo un fuego y que trae buena fortuna.
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